Mi querida Laura,
Han pasado ya algunos años. Entiendo que te pueda parecer raro: tú has seguido con tu vida y no tenías por qué haber reparado en alguien que ya tiene la suya aparentemente hecha. Es la verdad más pura y más brutal. Imagino que al leer esto pensarás que son los desvaríos de un loco que se marchita lentamente a pasos agigantados, pero albergo esperanzas de que entiendas que no es más que un intento de sobrevivir a mi propia vorágine personal.
Nunca me atreví y no sin razón. Casi podría decirse que pertenecíamos a momentos de la historia tan separados que parecían universos alternativos, pero aún así te seguí en silencio. No es culpa tuya. Tú te limitaste a darme limosnas que llegaban en forma de pequeños guiños de atención; pequeños gestos cordiales, correctas sonrisas sin maldad. Pero soy así y puede que viera más de lo que alguna vez merecí. Pero me encantaría poder decirte esto alguna vez. Poder cerrar tus ojos con la yema de mis dedos, soplar tus cabellos sobre tu cuello una noche de agosto, mostrarte el mundo que llevo reprimiendo tanto tiempo que ya no tengo esperanzas de que florezca. Sé que no leerás estas palabras viejas, gastadas e inoportunas y sé que no me darás crédito, pero créeme si te digo que no encontrarás lo que buscas por ahí.
Alguna vez (pocas) he estado enamorado de alguien, pero aún recuerdo cómo es sentir esa electricidad que te dilata las pupilas y acelera tu pulso. Sé qué se espera en esas situaciones y sé que estaré a la altura, pero creo que no estás preparada para asumir lo que dices querer encontrar. Sé que todos y todas hablan de esa persona ideal que les regale flores y les haga el desayuno, pero no se acerca ni remotamente a lo que podrías conocer. Algo tan intenso que haría que ardieses tan brillantemente que apenas sí necesitarías algo de ropa para dormir. Palabras con tanto fuego que te sacarían el corazón del pecho. Una obsesión que podría fecundarte con el solo roce de nuestras manos.
Se me acaba el tiempo, querida Laura, y cada día que amanece temo el llegar de la noche, pues es ahí donde me encuentro desnudo ante mis pensamientos y mis imágenes viajando a gran velocidad. Imágenes que se repiten día tras día desde hace tanto tiempo que ya son parte de una rutina de conciliar el sueño. La fuerza de mis dedos no es como antaño, mi espíritu ha sufrido y mi corazón es otro músculo más. Pero tú, querida niña, eres tan joven como yo jamás creo haber sido y la noche te corresponde a ti. Deja que te olvide. Deja que cierre los ojos y consiga curar esta ridícula obsesión. Mátame o cásate conmigo, pero deja que me vaya mientras tú no reparas en cuantas cosas puedo decirte y, de hecho, te digo. Temo el momento en que descubras mi ardid y quieras hallar respuestas o, aún peor, hallar preguntas. No tengo respuestas, no tengo preguntas. Solo una manía estúpida por la melancolía y el blues.
No voy a decir te «quiero que seas feliz» porque nadie te merece más que quien más pueda ofrecerte y te aseguro que tus príncipes encantadores de tres cuartos de hora son pasto de discotecas bonitas y charlas de parada de autobús.
He de marcharme. El tiempo se me acaba y no repetiré jamás estas palabras con nadie.
Adiós.