Nunca llueve para los más idiotas

Me puse el traje de los domingos
un martes por la tarde.
Sonaba en la radio del vecino
tu canción.

Podía ser un día como otro cualquiera,
perfecto para escribir otro verso que no verá
la luz del Sol.

Y yo tan contento
y todo era tan perfecto
que no me atrevía ni a mirar hacia tu balcón.

Con un sonoro estruendo
me despertaban hoy tus besos
que, por cierto, le dabas al vecino de al lado
mientras yo pensaba «nadie es perfecto».

Y yo salí corriendo
para ver si era cierto
lo que decía hoy el tiempo
sobre ir a ver cómo nunca llueve
para los más idiotas.

Ahora me queda la duda,
porque por mucho que os mirase
nunca paraba de llover
[y llover y llover y llover…].

Y yo volví corriendo
para ponerte a cubierto
pero llegado ese momento recordé
que no era yo quien se mojaba.

Y estaba tan contento
y todo era tan perfecto
que di la media vuelta
y, porque quise, me mojé,
ahora yo también.

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Archivado bajo Antología diluida.

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