Un martes cualquiera.

Martes, veintitantos, de un mes cualquiera.

Todas las paradas se me antojan compañeras
y sus trenes escarlata nunca frenan
en el andén de tu escalera.

La que no conozco más que por delirios
de un borracho en la misa de réquiem del final de tus caderas.

Suena la canción de la mujer de rojo
Y me recuerda que una vez pasé a tu lado.
La más hermosa de las musas, la más triste de las enamoradas. Acompañada siempre y siempre sola, y tan distante, aunque nunca dijeras nada.

Déjame alguna vez un mensaje grabado.

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Archivado bajo Antología diluida.

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